Bueno, subo un pequeño relato que espero que os guste.
Surgió de un dia que visité la catedral de Santa Maria del Mar y al llegar a casa lo escribí.
Es un poco cursi pero me gustó escribirlo.
Un beso a todas!
En un día triste, lluvioso y gris estoy en la catedral en un banco apartado, sola y abatida. Estoy con la cabeza hundida y perdida en mis pensamientos cuando, de pronto, empiezan a sonar unas suaves notas de órgano. Levanto la cabeza lenta y pesadamente y busco con la mirada de dónde procede la delicada melodía. Está cargada de sentimiento, de tristeza y me rodea como si flotara, como parte de un sueño. Al fin veo de donde provienen las delicadas notas que me hacen olvidarlo todo, que me hacen sentir bien y querida. La luz cambia y la catedral revive, como por obra de magia. Todo tiene un aspecto más luminoso y colorido, puesto que la luz entra por cada una de las cristaleras. Me levanto maravillada y me dirijo al órgano. Antes pero que pueda dar un paso, las luces de todas las velas se encienden y los bancos desaparecen. Entonces me doy cuenta de que ya no traigo el cabello recogido, si no que me cae con suaves ondas por la espalda, mucho mas largo que de costumbre. Traigo un vestido largo y sencillo de seda de un color blanco hueso que brilla a la luz de las velas. Tranquilamente y segura ando hacia el órgano, el cual su madera parece recién pulida y brilla con todo su resplandor. Cuando llego al frente, veo fugazmente un trozo de tela negra. La música cada vez se oye mes fuerte y mas intensamente y decido subir las escaleras de la izquierda. Las escaleras negras contrastan sobre manera con las paredes claras, envejecidas por el tiempo. Empiezo a ascender los peldaños y el corazón me empieza a latir con más intensidad. El misterio de quien toca la música en unos segundos será resuelto, y debo saberlo porque nunca la podré olvidar. La textura de la barandilla es suave, de madera, y asciendo con cuidado, cogiéndome el vestido con una mano para no pisar los delicados encajes que se encuentran en la cola. Al fin llego arriba y adelanto temerosa el camino para llegar al esplendoroso órgano. Una vez llegue al final de este estrecho pasillo podré contemplar el rostro del pianista. Me sostengo con la mano en la pared y respiro profundamente. Doy un paso y allá está. Va vestido completamente de negro menos por los puños y el cuello de la camisa. Las botas, elegantes y gastadas, son de cuero y lleva una larga capa negra y elegante. De pronto para de tocar el piano y entonces dirijo la mirada a sus manos; Tienen pequeñas cicatrices que parecen echas por unas quemaduras lejanas. Al darse cuenta de mi observación, se pone unos guantes negros que tiene al lado. Entonces se levanta ligera y tranquilamente y me doy cuenta de su estatura. A su lado me siento pequeña e insignificante... Gira la cabeza y me ofrece la mano a la vez. Me sorprendo y pierdo momentáneamente el equilibrio. Lleva una máscara que le cubre parte del rostro. La parte derecha está cubierta por una máscara blanca de cuero que entrevé el ojo, los labios y la mandíbula. La otra parte de la cara está expuesta. Aunque esté parcialmente tapada, puedo darme cuenta del bello rostro que esconde. De sus facciones finas, de la dureza de la mandíbula, de la sonrisa sin maldad y de sus ojos increíblemente verdes y amables. Noto la necesitad de coger su mano, como si no fuera yo misma,... Aunque percibo el peligro que emana y una parte de mí le teme, me dejo guiar. Cojo su mano y en un suspiro estamos en la nave central, rodeados de centenares de gente que bailan al ritmo de una música renacentista. Todas las mujeres visten orgullosas majestuosos vestidos de varias tonalidades que van acompañados de vistosas y brillantes joyas a juego. Me hace girar para entrar en baile y empezamos a bailar como si siempre hubiera sido de aquella época y me conociese los bailes a la perfección. Ya no llevo el sencillo vestido blanco si no un vestido verde y crema con diferentes bordados y encajes que me hacen parecer una muñeca de porcelana. El animado y complicado baile se detiene y empieza una dulce música, la misma que instantes antes él tocaba. Miro alrededor extrañada y encuentro que estamos solos, la gente ha desaparecido. Posa su mano cuidadosamente en mi espalda desnuda y vuelve a adentrar-me en baile, esta vez más íntimo y suave. Nuestros pasos se van deteniendo hasta que nos paramos y lentamente se inclina por besarme. Al tocarse nuestros labios, un cúmulo de emociones me vienen de golpe y antes de poder reaccionar me encuentro en el banco de la catedral, sola y abatida como al principio. Todo vuelve a ser como antes, las relucientes luces y las velas ya no brillan y vuelvo a tener el cabello recogido y mis tejanos mojados por la lluvia. Mis ojos se dirigen directamente al imperioso órgano que custodia el pasillo y puedo entrever fugazmente el volar de una capa negra.