afinidades Humano
Mensajes : 42 Fecha de inscripción : 22/05/2009 Localización : Esperando ser rescatada por mi príncipe azul en su flamante volvo plateado.
| Tema: Vivir juntos, morir solos. [Short Fic] Jue Sep 03, 2009 3:03 am | |
| ¡Hola chicas! Venía a dejaros una pequeña pero intensa historia, la temática es muy diferente a la que conocemos por aquí, pero a pesar de eso engancha. No es mia completamente sino de alguien muy especial para mí, que no se atrevía a subirla, es vergonzoso jaja Dad vuestra muy querida opinión mis niñas. Yo sólo he colaborado en corregir y cambiar algunos párrafos.
Espero que os guste y comenteis mucho. Un beso.Adrian entró a la iglesia con paso firme y seguro. La suelas de sus negras zapatillas de deporte hacían crujir las pequeñas piedras de los peldaños que lo guiaban hasta el templo. Mientras andaba sentía como dichos guijarros se colaban a traves de los diminutos agujeros que se habían formado en la puntera de sus zapatillas, desgastadas por el tiempo, y notaba como le rozaban en la planta de los pies. Abrió la puerta con brusquedad, provocando que diminutos copos de nieve se desprendieran de las grietas de aquel portón de madera; y originando en el interior de aquella lúgubre estancia un fuerte sonido que retumbó, golpeado por las grisaceas paredes de la Iglesia. Se santiguó con la punta de los dedos una gotas de agua bendita, la cual se encontraba estancada en una pila de piedra, bastante sucia, al lado de la puerta. Unos pequeños querubines desgastados por la erosión del tiempo la rodeaban, dándole un aspecto antiguo y miserable al mismo tiempo.
La iglesia de San Matías era una pobre y, a la vez, histórica iglesia de un pequeño barrio austero pero honrado. Siempre concurrida por ancianos arrastrados por el temor de una muerte prematura sin expiar sus pecados y por los pocos chiquillos que se acercaban a la parroquia a recibir catequesis. Aunque en ese atardecer de un gélido martes de diciembre, la iglesia estaba totalmente desierta. Las baldosas del suelo solían estar impecables o eso recordaba Adrian cuando no era más que un niño, pero esa tarde el suelo contaba con una serie de restregones de fregona, que no dejaban ver el resplandor de limpieza que admiraba años atrás. Los bancos de madera oscura que se encontraban en el centro de la capilla daban una sensación de tristeza y desolación a ese lugar en apariencia sagrado. Rememoró en su cabeza cuando de pequeño entraba los domingos a la eucaristía y se sentaba en aquellos bancos del fondo, donde pegaba disimuladamente los chicles usados bajo los asientos, cuando su madre le regañaba por mascarlos con una simple pero aterradora mirada de ira contenida. Al fondo, se localizaba el altar con lo que parecía una biblia con bordes bañados en oro en un lado de una extensa mesa cubierta por un mantel blanco. Tras esa mesa y aunque Adrian no pudiese verlo, sabia que se situaba un viejo sillon tapizado de color rojo carmesí, que daba la impresión de ser bastante lujoso a la vez que incómodo. A cada lado de la estancia se sostenían sobre las amarillentas paredes, varias figuras de santos y de Cristo con una gruesa capa de polvo.
Dio unos pocos pasos que resonaron en la iglesia como las gotas de agua de un grifo averiado golpeando contra los platos sucios en mitad de la noche. Al instante percibió la curiosa mirada del sacerdote asomado desde el marco de la puerta de su despacho. Adrian no se delató ante él y siguió observando las exquisitas esculturas del templo, disimulando no haber visto al sacristán. No imaginaba que podía pensar un cura al ver entrar en su iglesia a un chico de veintitres años con el pelo negro azabache alborotado y unos ojos verdes muy redondos. ''Este niño posee mirada felina'' solía decir su hermano Juan cuando aún era un bebe. Frunció sus finos labios los cuales se veían bastante secos a causa del frio y observó su ropa. Vestía con unos pantalones vaqueros azul cielo un poco descosidos por los bajo y por las rodillas; una camiseta gris que le quedaba bastante grande debido a su extrema delgadez y una chaqueta negra que parecía abrigar bastante, aunque sólo le llegase hasta la cintura.
Unos pasos detrás de él, le anunciaron la llegada del cura que al fín se había dignado a salir de su escondite. Adrian se giró hacia ese hombre para quedar justo frente a él. Notó como la mirada del sacerdote se desviaba hacia sus manos, donde tenía varios cortes y heridas debidas a su profesión, fijándose detenidamente en ellas. El chico las escondió rápidamente en los bolsillos de sus desgastados pantalones, ese acto sirvió para que el sacristan receloso volviera a escrutarle el rostro con la mirada.
- ¿Necesita algo? - dijo al fín el sacerdote con tono reservado, rompiendo aquel silencio. - ¿Usted es el encargado de la Iglesia de San Matías? - preguntó Adrian severo. - Y usted es... - Mi nombre es Victor - mintió Adrian con convicción - Y usted debe ser don Fernando. ¿Me equivoco?. - No hijo, no se equivoca. Soy don Fernando y ahora ¿puede decirme en qué puedo ayudarle?. - Atajó el capellan intentado deshacerse de aquel molesto muchacho lo antes posible.
Adrian notó las intenciones del cura y se sintió tentado a iniciar una discusión allí mismo, pero se contuvo. No era la manera adecuada de proceder. Debía llevar el tema con discreción y sigilo para poder salir airoso de esta.
- Perdone las formas con las que he entrado en este lugar sagrado don Fernando, pero tengo algo deprisa y además me encuentro muy angustiado. - se disculpó Adrian de forma teatral mientras miraba fijamente al sacerdote. - Desearia confesión padre.
El sacerdote era un hombre bastante rollizo, con un pelo canoso brillante que le cubria solamente la nuca ya que un terrible caso de alopecia parecia haberse ensañado con el, dejándole una bonita y reluciente calva. Los gruesos cristales de sus gafas impedian avistar unos pequeños ojos azules que cargaban una cansada y pesada mirada.
Tras la pila bautismal se encontraba el confesionario. Un habitáculo de madera muy pequeño con ventanas cerradas por una portera con forma de rejilla, a simple vista ese lugar daba claustofobia. Notando que don Fernando no se movería hasta que el se decidiera a entrar, Adrian abrió la pequeña puerta y se sentó en el estrecho banco que se encontraba en aquel agónico lugar y cerró la puertecita tras de sí. A los pocos segundo entró don Fernando al lado contiguo, colocándose alrededor del cuello un pequeño crucifijo y sentándose en el banco solemne.
- Usted empieza hijo mio. - Le advirtió el sacerdote al notar como el silencio se apoderaba de la situación. - Perdóneme padre, porque he pecado. - Comenzó Adrian - Hace unos meses, padre, escuché unos sollozos emerger de un callejón en la tranquila noche de Cádiz... pero no acudí en ayuda de esa mujer desesperada. Me asusté y huí de allí tan rápido como me permitieron mis piernas. Escuché las sirenas de los coches de policia al cruzar la calle pero seguí huyendo como un cobarde. El miedo a que me apresaran actuaba por mí. - Tranquilícese hijo, porque seguramente aquellos agentes de policia atendieron a esa mujer y la salvaron de cualquier peligro. Es normal que sienta remordimiento, pero a veces el miedo nos vence. - No es solo eso padre - Interrumpió Adrian - Hace un par de semanas, el hombre que se hospedaba en la habitación contigua a la mia, en el hotel Cáucaso, en Toledo, apareció maniatado y muerto por un dísparo en las sienes. Yo me hayaba durmiendo en mi habitación y debí haber escuchado algún ruido, gritos, forcejeos... Pero no noté nada. En esa misma habitación encontraron a un niño de seis años llamado Damián, hijo del dueño del hotel, que había sido secuestrado horas antes. Maniatado y amordazado el pequeño estaba aún con vida pero en estado de shock. - Usted no tuvo nada que ver en esos dos terribles altercados, pero hay veces que Satán se podera de nosotros y siembra el temor en nuestra mente. ¿Qué hacia usted en ambas ciudades si se puede saber?.
Don fernando creyó ver a través de la rejilla que separaba al confesor del confesado, cómo Adrian sustraía algo de la parte trasera de su pantalón. Pero su vista no le daba para distinguir dicho artilugio.
- El hombre asesinado en aquella habitación de hotel se llamaba Sergio Jimenez. ¿Le dice algo ese nombre padre?. - Preguntó Adrian tomando el mismo tono de voz grave y serio de su llegada al templo. - No, para nada - Contestó don Fernando tras un breve silencio. - Ya, me lo imaginaba. Pero resulta que la mujer que escuché gemir de dolor en aquel callejón de Cádiz, era Ana Castellano, cóncejal de esta misma ciudad. Cóncejal bastante devota a esta parroquia por lo que sé. A pesar de todo lo más interesante del asunto viene ahora padre y es que ambos cadavares tenían una cosa en común: Un paquete de cocaina prácticamente vacio que debían entregar a un tal Samuel Morente, al parecer un famoso narcotraficante buscado en todo el pais. ¿Sabe?. - ¿Cómo conoce usted los nombres de...? - Y tras un par de llamadas averigué que habían muerto por un ajuste de cuentas - interrumpió nuevamente Adrian con un tono aún más amenazante - Al parecer ambos debían dinero a ese gran narcotraficante que según mis contactos vive en esta localidad desde hace años. ¿Pero quién podría ser?. Sería como buscar una aguja en un pajar ¿No cree, padre?. - No se hijo... - contestó don Fernando con un hilo de voz. Adrian soltó una gran carcajada mordaz mientras el sacerdote sintió como un escalofrio agarraba su espalda. - Y de repente don Fernando llega a mis oidos un chivatazo acerca de este señor, Samuel Morente. Asegurando que Sergio Jimenez es primo del narcotraficante además de uno de sus hombres de máxima confianza; que la cóncejal Ana era su infiltrada en el ayuntamiento y que habían sido asesinados por un hombre que respondía al nombre de Matías... pero para mi sorpresa, tras consultar el censo de este diminuto pueblo, no había ningún Matias que residiera actualmente aquí. Sólo una pequeña parroquia con ese nombre, que había sido investigada anteriormente por delitos menores como esconder camellos o yonkis buscados por la policia en su interior. Y un sacerdote encargado de dicha iglesia que acaba de regresar de Toledo, tras acortar su estancia en Cádiz por motivos desconocidos. Bonito apodo por cierto, Matías... muy bíblico pero al final le ha delatado. ¿Quién lo diria eh? Nadie lo imaginaria jamás. Un párroco traficante de cocaina, vendiendo esa mierda a los pobres niños del barrio. Muy de serie de ficción don Fernando - Otra carcajada se escuchó en aquel recinto sagrado.
- Mire no se como ha llegado usted a esas especulaciones sobre mí tan surrealistas y sobretodo ofensivas, pero yo sólo soy un pobre párroco que simplemente puedo ofrecerle el perdón de Dios por estas injurias y...
Don Fernando sospechó que, debido a la insistencia y al afán del confesor, sería un policia de incógnito, o simplemente un curioso que quería chantajearle. En aquel aprieto sólo le quedaba utilizar su labia e ingenio para poder salir airoso de él como fuese. Ya tendría tiempo de ocuparse de ese maldito joven fuera de su iglesia. Ese chico sabía todo lo que se había visto obligado a hacer para recuperar la cocaina, con la que empezó traficando para aumentar los casi inexistentes ingresos de su parroquia. El también acabó por consumirla aunque hace poco descubrió que era la cocaina la que lo consumía a él.
- ¿Quién se piensa que soy, padre? Mis trabajos requieren traslados de vez en cuando. ¿No averigua quién es mi jefe Don Fernando? Le envía un mensaje. Esta vez no habrá perdón de Dios que le salve. - contestó Adrian mientras se incorporaba lentamente. - ¡¿Qué clase de policia es usted, y quién demonios me envía ese mensaje?! - Exclamó don Fernando carcomido por el miedo. - No quiero que me confiese por no haber ayudado a Sergio y a Ana, padre. Quiero que me perdone por no haberle atrapado a usted en esas ocasiones.
El disparo sonó como un leve pitido en esa iglesia. Adrian desenroscó el silenciador de la pistola y comenzó a limpiar los restos de polvora que habían quedado en ella con su camiseta para después volver a guardarla en su patanlón. En ese momento, Adrian salió del confesionario y se dirigió al viejo portón de madera que minutos antes le había visto entrar. Echó una última mirada hacia el confesionario para después fijar sus ojos en una de las figuras que representaba a Cristo. En aquel momento pensó que no había llegado a convertirse en aquel astronauta que pisaba la luna, su mayor deseo cuando aún era un niño de cinco años. Una diminuta lágrima de rabia se deslizó por su mejilla. Adrian la secó con la yema de sus dedos rápidamente y cerró el puño con fuerza, recordando las veces que había visitado esa iglesia de pequeño, cuando era concurrida por personas buenas y no por miserables. Añoraba los años en los cuales el vil párroco sólo era un aprendiz y se codeaba con todas las jóvenes del pueblo ojeando sus escotes simulando observar los colgantes sobre sus niveos cuellos. Entonces Adrian agotado susurró: Vivir juntos, morir solos. | |
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PauTh Nuevo en Medianoche
Mensajes : 125 Fecha de inscripción : 04/01/2009 Edad : 31 Localización : burriana, castellón
| Tema: Re: Vivir juntos, morir solos. [Short Fic] Jue Sep 03, 2009 9:35 pm | |
| Vaya, ¡me ha gustado mucho! La verdad es que el final no lo he entendido mucho ¿porque mata al parroco en vez de llevarlo a la policia? Soy cortita, creo xD Pero me ha gustado. Dile a tu amigo que no sea tan vergonzoso y que se anime a seguir escribiendo =D | |
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Anne_Cullen Chupador de sangre
Mensajes : 784 Fecha de inscripción : 27/06/2008 Edad : 59 Localización : Viviendo con Edward en Londres
| Tema: Re: Vivir juntos, morir solos. [Short Fic] Vie Sep 04, 2009 2:41 pm | |
| Me a encantado la historia.
aqui hay algo mas,porque matar al cura si puede llevarle a su jefe y sacarle al cura todo lo que sabe,no le ha dado tiempo ni a replicar al pobre.
o porque era el unico que podria descubrir a su jefe? y se lo ha quitado del medio.
la cosa pinta bien,espero pronto la continuación.
besos | |
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| Tema: Re: Vivir juntos, morir solos. [Short Fic] | |
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