Bueno, me voy a lanzar.
Esta historia la escribí hace un año, en una época un poco mala.
Pero una vez la hube escrito me sentí mejor.
Espero que os guste.
Besos
Netzara
MÁS ALLÁ DEL ESPEJO
¿Quieres escuchar mi triste historia? Piénsalo bien antes de responder, porque una vez empiece no pienso parar, y he de decirte, que lo que te voy a contar, no es una historia de niñas buenas y bonitas que consiguen todos sus sueños. Esta es mi historia, mi vida, y si tuviera que describírtela con un color no sería rosa, sino más bien negro.
Bueno, veo que sigues ahí, luego no te andes quejando, avisado quedas.
No se muy bien por donde empezar, lo siento si resulto un poco imprecisa, pero los sentimientos son difíciles de describir, y una vida de negra ilusión no es fácil de contar. Supongo que empezó cuando estaba en el colegio, no tendría más de siete años, pero pronto me di cuenta de que era diferente.
No tenía muchas amigas, supongo que los otros niños se daban cuenta de que no era como ellos, y enseguida me hacán el vacío. A mi me daba igual, no necesitaba a nadie para divertirme y jugar, me tenía a mi misma y a mi maravillosa imaginación y con eso era suficiente. Yo sola creaba reinos enteros, en los que todos me adoraban, allí podía hacer y deshacer a m antojo, y cada uno de mis deseos eran realizados al instante.
El hecho de que no me molestara jugar sola parecía enfadar a los otros niños, se acercaban a mí, me insultaban y se reían. Y cuando veían que sus palabras no hacían mella en mi felicidad, me pegaban.
En mis años de colegio aprendí varias cosas. Lo primero fue que tenía que ser rápida. También aprendí a esconderme muy bien. Cuando fui haciéndome más grande descubrí que no debía mostrar mis verdaderos sentimientos, mucho menos si eran de desprecio, así que supe que para que me dejaran en paz sólo tenía que ser una falsa.
Para cuando llegué al instituto era una maestra del subterfugio. Por desgracia mi mente había sufrido mucho con la adaptación y mis dulces fantasías se trocaron en algo más oscuro. En mis ensoñaciones ya no era una reina dulce y buena, ya no había seres de fantasía, ni magia. Ahora me imaginaba a i misma vengándome de todas las personas que me herían, haciéndoles daño y quitándoles aquello que más deseaban.
Hacerles sufrir, aunque sólo fuera en mi imaginación, me ayudaba a seguir aguantándolos. Debo decir que, siempre que podía, llevaba a cabo mis fantasías. Puteaba a la gente que me rodeaba, hiriéndoles y humillándolos.
Un día, tendría dieciséis años, me di cuenta de que estaba vacía. Había intentado parecer tan invulnerable, tan fría, que al final no sólo lo aparentaba, sino que lo era. No había nadie en el mundo, excepto mis padres, que me importara. Nadie capaz de hacerme sentir algo bueno. Fue entonces cuando comprendí que me había ido suicidando poco a poco, y que ahora, sin alma, no era más que un cascarón vacio.
Vi que no había un verdadero motivo por el que seguir aparentando y decidí ir más allá, y dar el último paso. No se muy bien porque, pero sentí que podía hacerlo sin más, así que lo preparé todo con esmero. Tardé más de una semana en conseguir todo lo que creía necesitar y cuando lo tuve todo dispuse la escena.
Elegí un día en el que mis padres no estaban, decoré mi habitación con toda la fantasía que antaño me había rodeado, y me senté frente al espejo de mi cuarto. Tenía ante mi la difícil tarea de escribirles a mis padres porque había llegado a esto, y hacerles entender, sobretodo a mi madre, que no tenían ninguna culpa. Cuando acabé la carta estaba llorando, no porque tuviera miedo o porque comenzara a arrepentirme, sino porque sabía que mi madre no podría comprenderlo y que se culparía por ello siempre.
Aún sabiendo que haría daño a la única persona que me importaba, debía seguir mi camino y acabar lo que hacía tiempo que había empezado.
Me puse mi vestido favorito, me maquillé como a mi me gustaba y me senté ante mi destino. Allí delante del espejo había colocado con cuidado y esmero lo que iba a utilizar. Al principio mi vena cobarde me impulsaba a tomarme un bote de pastillas, pero sabía que con eso, probablemente, sólo conseguiría un lavado de estómago. Aún así, había pastillas delante del espejo, pero también había un bonito puñal que mi padre me había regalado hacía unos años. Supongo que mi época gótica hacía, del hecho de cortarme las venas, algo más bello y romántico.
Cogí las pastillas y me tomé un par, eran unos calmantes fuertes y en poco tiempo hicieron efecto. Cuando agarré el puñal mis manos temblaban, respiré hondo un par de veces y fijé mi mirada en el cristal. Y me vi allí, sentada frente a mi misma con una sonrisa en los labios, y noté como el puñal caía inocentemente de mis manos, y como ahora se juntaba en éstas mi vida, como dos ríos carmesí que caen en cascada a un plácido estanque.
Quise entonces tocar mi rostro, y alcé una mano hacía el espejo. Mi cara parecía casi etérea, sólo mis lágrimas negras rompían la palidez de mi rostro. Se me nublaba la vista, sentí como si alguien tirara de mí hacía abajo, pero en realidad tiraban hacía delante. Vi perpleja como mi reflejo cogía mi mano y noté en la piel como el frío del cristal caía sobre mí en cascada, y entonces todo se volvió oscuro.
Desperté en medio de unas ruinas fantasmales. Miré mis muñecas, donde debieran estar los cortes, mas sólo vi mi piel impoluta. No sabía donde estaba, pero tenía la certeza de que mi habitación y mi mundo habían quedado muy lejos. Miré a mi alrededor, parecía que estaba en una zona apocalíptica. Las ruinas estaban cubiertas por una hiedra oscura, y una densa niebla lo cubría todo. Aquí y allá podía ver flores purpura abriéndose paso en la oscuridad que las rodeaba.
Entonces oí algo, como un suave batir de alas, busqué por todos lados con la mirada, intentando localizar de donde provenía el sonido, y entonces la vi. Tantas veces antes había soñado con ella, ahora la tenía frente a mí. Parecía como una mariposa y a la vez una mujer, quedé totalmente hechizada por su ligero vuelo, y me vi siguiéndola a través de las ruinas, hasta lo que parecía un bosque, allí casi la pierdo.
Las ramas de los árboles y de los matorrales me arañaban, rasgando mi ropa y abriendo pequeños surcos en mi piel. La seguí durante lo que me pareció una eternidad hasta que por fin llegamos a un claro. Allí se posó sobre una hermosa flor y quedó envuelta en un maravilloso capullo.
En el claro había un arco, cubierto con artísticas inscripciones. Cuando estuve frente a él supe que había llegado al final de mi camino. Y entonces apareciste tú, y me pediste que te contara mi historia…
No creas que no sé quien eres, sé que tú decidirás donde me pertenece estar, pero te lo voy a poner fácil. He corrompido tanto mi corazón y mi alma que no merezco más que el eterno castigo… y así debe ser.
Ahora todo se vuelve oscuro y me siento caer, y sé que lo haré durante siglos, hasta que mi alma quede limpia y mi memoria vacía, y entonces volveré a nacer… sólo espero no corromperme de nuevo.
Gracias por todo.