Otra historia mía. Da nombre a mi foro y a mí me gusta. Es muy cortita. Espero que os guste. A ver que tal va.
La leyenda de Wolfs' Steet.
Sus pies pisaban charcos a cada paso, salpicando a su alrededor. La lluvia arreciaba sin pausa, sin piedad, en la solitaria calle de Wolfs’ Street. Tan solo había unas antiguas farolas del siglo XVIII que alumbraban con su tenue y amarillenta luz los resquicios de la noche. Las botas corrían por la calle golpeando los desgastados adoquines de piedra. El frío y la humedad ya le había calado los huesos y el miedo empezaba a ganar terreno en su cordura, pero no había otra salida, solo quedaba correr.
Las casas pasaban a los laterales de forma borrosa, pero se distinguían los tenebrosos edificios y las tabernas de mala muerte que poblaban aquella calle de pesadilla. Si gritaba, sabía que nadie acudiría a su llamada, cada noche alguien gritaba por aquel lugar. No podía parar pues la sombra la alcanzaría. ¿Sería mejor quedarse quieta y esperar a su muerte o gastar toda su energía en algo imposible? Escapar. Su meta soñada en aquel momento era esa. ¡Quién le mandaría meterse allí! Debería haber creído en la voz de su cabeza que le gritaba que en Wolfs’ Street nada era seguro. Siempre se había sabido que aquel lugar era frecuentado por la peor calaña que había, desde asesinos, vulgares ladrones, gente en busca de fama con un pasado que era mejor olvidar, y por supuesto allí abundaban prostitutas que se vendían para ofrecer una noche de placer en la oscura vida de aquella gente sin rumbo. Larga era la historia de la avenida pero siempre acompañada de crímenes y ajustes de cuentas de cualquier tipo. Ríos de sangre teñían las páginas de historias de Wolfs’ Street Si había algún lugar que diese miedo solo verlo de lejos ese era la calle de los Lobos.
Algunas tabernas se dibujaban en los bajos de los edificios y de todas ellas salían gritos y música macabra que era acallada por el sonido del aire y la lluvia golpeando en sus oídos. Detrás de ella, la sombra se deslizaba tras sus pasos a la espera de que su presa se cansase de escapar al destino. No podía ver una salida de la calle en ningún lado. ¿Estaría corriendo en círculos? Imposible, se negaba a creer eso, si lo hacía ya no quedaría nada por lo que luchar. Su corazón se esforzaba por bombear a toda rapidez y sus pulmones amenazaban con colapsarse. Mientras tanto su mente ideaba planes de huída que no tenían sentido. Las piernas le pesaban al correr y sus articulaciones lanzaban punzadas de dolor por el frío y el esfuerzo. La calle se hacía infinita. Hubiese podido jurar que allí se albergaban aquelarres de magia oscura y toda clase de reuniones satánicas y sobrenaturales con fines tenebrosos.
Una escurridiza lágrima rodó por su mejilla hasta mezclarse con la lluvia. La compasión no era el punto fuerte de su adversario, era mejor morir con la cabeza alta que llorando y sin ninguna esperanza en el corazón. El pelo castaño se pegaba a su rostro, empapado por la lluvia y el sudor que perlaba su rostro.
Un bache en su camino provocó una estrepitosa caída. La rodillera de uno de sus pantalones se rajó hasta dejar ver la piel por la que corría un fino hilo de sangre que resbalaba por la tela vaquera. Se intentó levantar pero volvió a caer hasta que su cuerpo se cansó de seguir los estremecedores gritos de su mente para plantar cara al enemigo. La sombra ya restaba de pie frente a ella. Una sonrisa había tomado su rostro y sus oscuros ojos eran el reflejo del odio puro y la frialdad. Llevaba una capa oscura a los hombros que le resguardaba de la lluvia y su edad no sobrepasaría los veintidós años. Unos mechones de cabello castaño oscuro caían rebeldes por su rostro. Era la faz de su asesino.
- ¿Por qué me persigues? – dijo alzando la voz para hacerse oír entre el aguacero.
- ¿Por qué? Supervivencia. ¿Acaso necesito una razón? Tú eres la presa y yo el cazador. No hay explicaciones. – la voz del joven era fría y sin sentimientos pero en otras circunstancias podría haber llegado a ser hermosa.
- ¡De qué coño hablas! No soy una presa. Déjame marchar.
- Lo siento pero me es imposible. Necesito matar, y tú estabas en mi camino. No es algo personal, simple rutina.
- Eres un psicópata. – replicó la muchacha con un nudo en la garganta por la cercanía de la muerte. Ya notaba el aliento de la Parca en su nuca y el sonido de la guadaña cortando el aire. Esas frases que el desconocido soltaba caían sobre ella como una losa de deseo y terror. Al oírle creía que quedaría sumida en un hechizo mortífero.
El chico sacó una espada que seguramente hubiese sido tallada por los mejores herreros y que, al igual de hermosa, era terrorífica. Su filo brillaba impoluto a la luz de las farolas que alumbraban la calle. Él se acercó más al cuerpo de la chica y se acuclilló frente a ella. Con la mano que no tenía ocupada tomó el rostro de la chica y le alzó para contemplar sus ojos azules como el mar.
- Es una pena. En otro tiempo te hubiese convertido en mi reina pero ahora ya no tengo ese poder... Eres preciosa. – susurró y las palabras se escaparon de su perfecta boca, cruel y despiadada, y tan sugerente como ninguna otra. Por un momento la muchacha sintió atracción por ese chico de pelo castaño y ojos oscuros pero eso dio paso a un odio sin freno.
- Nos veremos en el infierno. – dijo ella entre dientes, intentando volcar toda su ira en él. Tenía toda su vida por delante y ahora él, sin ninguna razón, se la arrebataría.
- ¿¡En el infierno!? – su risa hueca sonaba en la calle, alzándose por encima del ruido de la lluvia. – Niña, vengo de él. Te aseguro que no has podido hacer nada tan malo como para ir allí. Además, en mi terreno seguiría ganando yo. Aunque puede que en ese caso nuestra relación fuese distinta.
- Jamás estaría contigo.
- Sí, supongo… Quizás todo cambiase si te hubieses cruzado conmigo cualquier otro día. – el chico meditaba sus palabras, mientras tanto su espada descansaba en la mano derecha. Parecía temblar ante la llamada de la sangre de esa muchacha, la llamada de la muerte.
- Acaba con esto de una maldita vez.
Sin un segundo de espera el muchacho acortó la distancia existente entre la chiquilla y él y besó su mejilla.
- No sentirás nada. Puede que nos volvamos a ver en otra vida. – dijo con una promesa en sus labios.
Un grito ahogado murió en garganta de la chica que miró a su agresor con ojos desencajados por el odio. Sus manos apoyadas en la calle notaron como un líquido espeso y cálido fluía entre los adoquines. La sangre que brotaba de su vientre se había deslizado por su ropa y teñía el suelo de rojo diluido con el agua que brotaba del cielo, como si del llanto de los dioses brotase ante su muerte. El olor del óxido de la sangre flotaba a su alrededor y poco a poco fue notando como su corazón se negaba a seguir latiendo.
- Una herida en el abdomen provoca la muerte en este mundo. Una herida en el corazón impide amar en el más allá.
- Nos veremos nuevamente, cielo. - Las palabras que antes eran frías y sin sentido ahora dibujaban sueños en el aire y promesas de un porvenir lejos de ese mundo. La muerte ya acudía a buscarla y ella esperaba para ver que había más allá del fallecimiento. El muchacho seguía teniendo una belleza atrayente, y se odió a sí misma por pensar aquello, por creer en sus falsas ilusiones de amores más allá del tiempo y la eternidad.
Sus ojos fueron perdiendo nitidez y dejando de ver los colores hasta que en un último suspiro perdió la vista y sintió que su vida se apagaba.
El chico se quedó de pie junto a la muchacha, con la espada goteando y formando ríos de sangre y agua. En sus ojos se podía observar una pena que fue ocultada por la mirada que él poseía, cruel y sin sentimientos. Envainó de nuevo la espada, cogió el cuerpo de la joven entre sus brazos y se alejó de la calle con la esperanza de verla muy pronto.
El cuerpo de la muchacha fue buscado hasta que la policía olvidó el caso y lo dio por perdido. Durante un tiempo fue investigada la calle de los Lobos en busca de prueba, puesto que una prostituta vio a la chica entrar allí al anochecer estando de servicio. No se encontró nada y pronto se dejó de buscar allí.
Su familia y amigos lloraron su pérdida hasta enterrarlo en sus memorias como algo que no debería haber sucedido. Hicieron un entierro simbólico, ya que el cuerpo jamás fue encontrado, e intentaron seguir adelante sin ella.
Lejos de aquella familia rota por el dolor el muchacho seguía sembrando la muerte pero siempre con el deseo de volver a encontrarse con su amor cuando la Reina de La Oscuridad decidiese llevarle de donde había vuelto. Cada noche acababa con una vida y buscaba algún indicio que le recordase a ella. Jamás lo encontró y cada día rezaba una y otra vez reunirse con ella.
La calma, si se puede llamar así, volvió a la siniestra calle. Cada persona volvió a su ocupación y de vez en cuando se veía una sombra pasearse con una espada. Todo el mundo olvidó la historia hasta que terminó ahogada en el mar del olvido, en una calle llamada Wolfs’ Street.